Armas de pólvora detonante
El descubrimiento de algunas sustancias químicas que tienen la propiedad de encenderse cuando se golpean con violencia. En 1825 se generalizó el empleo de cápsulas o cebas que contenían en su interior una pequeña cantidad de esas sustancias.
Golpeadas por el percutor, estas cebas producían una llamarada que encendía la pólvora del arma. De ahí a la idea de reunir pólvora detonante y bala en un cartucho único, hubo un paso. Simultáneamente, a mediados del siglo pasado el sistema de carga por el año era sustituido por el de retrocarga.
Armas de mecha: Desde el siglo XV hasta fines del siglo XVII.
Armas de pedernal o de chispa: Desde el comienzo del siglo XVI hasta principios del siglo XIX.
Armas de pólvora detonante: Desde comienzos del siglo XIX hasta nuestros días.
Las primeras armas de fuego
Los primeros datos aparecen en 1247 en la defensa de Sevilla, donde aparecen "cañones arrojando piedras". En 1259, en la defensa de Melilla, aparece una máquina que, por su descripción, se deduce que es cañón. Fernando IV de Castilla emplea "máquinas de trueno" en el sitio de Gibraltar en 1308. En1311, Ismail ataca a Baza en Granada con "máquinas que lanzan balas de fuego con ruido parecido al trueno". De todo esto se deduce que las armas de fuego nacieron probablemente en España, y se usaron por primera vez aquí.
Otros nombres de las primeras armas de fuego
De los nombres aparecidos en las crónicas, en las que se habla del empleo en las armas de fuego, toman su nombre las diversas piezas de 'artillería"(nombre aparecido en le siglo XV para denominar a un conjunto de doce piezas que forman un grupo de armas). La primera pieza fue llamada trueno, y fue tomada a los moros por los españoles, permaneciendo este nombre hasta principio del siglo XVI.
Hacia 1359, se describen estas máquinas como bombardas, lo mismo las terrestres como las de la marina. El Marqués de Santillana, en un poema, compuesto para conmemorar la batalla naval de Ponza en1425 los llama " Ribadoquines".
Lo que ocurre es que, según el cronista o el lugar, se llama ala misma máquina con diferentes nombres; así, en granada aparece el nombre de pasavolante, y en chinchilla, el nombre de lombarda. En la fortaleza de baza, se habla de culebrinas, y en Málaga hacabuches o sacabuches con sus atacadores. El Licenciado Vargas, nos habla de espingarda, dando este nombre a pequeños sacabuches.
De todos estos nombres primitivos se han derivado los nombres de las piezas de artillería, según los calibres, longitud de tubo y peso de proyectiles.
Clasificación de piezas de artillería
Piezas grandes
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Piezas pequeñas
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Piezas de trayectoria curva
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Culebrina
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Bombarda 20 a 30 cm. de calibre.
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Pasavolante 7 a 8 cm. de calibre.
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Mortero 9 a 16 cm. de calibre.
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Culebrina 9 a16 cm. de calibre.
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Bombardeta 8 a 10 cm. de calibre.
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Falconete 5 a 7 cm. de calibre.
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Trabuquera 20 a 30 cm. de calibre.
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Sacre 7 a 9 cm. de calibre.
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Cerbatana 5 a 7 cm. de calibre.
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Verso 4 a 5 cm. de calibre.
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Ribadoquin 2 a 5 cm. de calibre.
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Sacabuche 2 a 6 cm. de calibre.
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Esmeril 4 a 5 cm. de calibre.
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Posteriormente hay una serie de reformas, clasificando las piezas de artillería; además de su calibre se tiene en cuenta el material con que ha sido construido el tubo y el peso del proyectil.
Situación de las fábricas de armas
En España hay tres zonas, en las cuales se encuentran enclavadas las fábricas de armas: la cuenca del río Deva en el País Vasco; Ripoll en Cataluña y muy posteriormente, Trubia en Asturias, organizada por armeros vascos. En Madrid también existieron los Armeros Reales, pero estos construían, principalmente, armas de lujo.
La razón de esta situación es, posiblemente, táctica, debido a la orografía de la región. En aquellos tiempos resultaba muy difícil acceder a estos lugares, pues estaban resguardados por montañas y bosques espesos. Las montañas protegían las forjas armeras de posibles invasores y los bosques proporcionaban madera para las cajas de las armas y carbón vegetal para las forjas.
Los ríos, por su cauce corto y empinado, proporcionaban la energía hidráulica para mover los matxinos de las forjas. Estos accidentes geográficos impiden tener una agricultura rentable por lo que sus habitantes tienen que ejercer otros oficios para poder subsistir, desarrollándose principalmente estos oficios armeros.
En la ciudad de Placencia, llamada actualmente Placencia de las Armas, se establecen Las Reales Fábricas de Armas. Todo lo que se diga sobre Placencia es aplicable a otras ciudades del alrededor. En efecto, todo el que conozca la región apreciará las defensas naturales que posee cada población, pues los montes y vaguadas que limitan, las convierten en compartimentos estancos, una respecto de la otra. Placencia de las Armas, es una depresión geográfica que limita por un lado con Eibar y por otro con Vergara.
A Eibar le sucede lo mismo, encajada entre Málzaga y Olarreaga. Límite con Vizcava. Otro de los lugares protegidos es Ermua entre Olarrega y el alto de Areitio, Elgoibar está en un lugar más abierto, pero está protegida por Mázaga y las hendiduras de Alzola y Mendaro. Estas condiciones físico geográficas se valoran mucho antes porque defendían las fábricas de las invasiones sufridas en la Península Ibérica.
Sistemas de disparos de las armas portátiles
Bombarda de mano: Llamada también " palo de fuego" o " de trueno". Era un tubo de hierro montado en un palo. Se cargaba por la boca y sobre la pólvora se atacaban trozos de hierro.
Se disparaba entre dos, uno apuntaba y el otro daba fuego al oído con una mecha. Se localiza a mediados del siglo XIV.
Platina de mecha: Aparece en el siglo XV. Consiste en una chapa de hierro colocada en la caja junto a la base del tubo, en ella hay una pieza en forma de S, que se llamaba " serpentín" y llevaba el extremo de la mecha encendida hasta la cazoleta provocando el disparo. También se llama de " fuego vivo".
Sistema de pedernal: A principio del siglo XVI, el alemán Kunfss inventó este sistema, llamado también de "fuego muerto". Consiste en un terno dentado que gira al liberarse el muelle que lo retiene sobre un trozo de pirita fijo, aprisionado por dos mandíbulas en le extremo de un soporte giratorio. Al producirse chispas se encendía la pólvora situada en la cazoleta, produciéndose el disparo.
Llave de chispa: Aparece a finales del siglo XVI y se atribuye a los armeros españoles, debido a que el procedimiento para encender fuego empleado en España desde los celtíberos, es el del "chisque", o sea, haciendo chocar el hierro con el pedernal, se producen chispas que sirven para encender la yesca. Las llaves de chispas fabricadas en la zona armera eran robustas y eficaces, con el rastrillo de sola pieza, que cubre la cazoleta, evitando que se caiga la pólvora.
Estas llaves se llaman de miquelete o a la española. Fue usado durante más de dos siglos, reformándose hasta llegar a conseguir la llave a la francesa, que tiene la ventaja de tener la mayor parte del mecanismo en el interior.
A principios del siglo XVII se conocía, entre los armeros vascos, el sistema de repetición de las armas de fuego, pues en esas fechas se fabricaron " cinco arcabuces ochavados de munición de cada cinco tiros con un solo cañón de fuego y con poco intervalo de un tiro a otro" que se fabricaron para Su Majestad en las reales Fábricas de Placencia.
Sistema de percusión: A principios del siglo XIX, con el descubrimiento del fulminato de mercurio comienza a fabricarse este sistema. Sobre esto se habían hecho experimentos por varios armeros, el primero, tal vez fuese el maestro Gutiérrez, que en 1720 hizo pruebas en Sevilla.
Fabricación de armas de fuego
No se sabe bien cuando empezó la fabricación de armas de fuego en la zona armera, pero a partir de 1488 se puede ya saber con seguridad, pues el año en que le gobierno de Su Majestad envía a Vizcaya a los lombarderos de Santander, con encargo real de que labrasen las lombardas, y el mismo año manda pregonar en Vizcaya y Guipúzcoa la orden de que nadie sacase fuera del reino Bombardas, pasavolantes, cerbatanas y espingardas, armas que se fabrican en la zona armera. Esto demuestra que se fabricaban allí, sino, no tendrían razón de ser la prohibición de su exportación.
En el mismo año fue a la zona armera, Sancho Ibáñez de Mellea, a encargar la fabricación de las armas mencionadas, y se ordenó que se apremiase a los maestros y fabricantes de esas armas cuando fuesen requeridos por dicho señor.
Labayru, en la "historia general del Señorío de Vizcaya", da datos que demuestra que había en la zona materiales suficientes para la fabricación de armas de fuego y que además se contaba con fabricantes que se dedicaban a ello.
" El 18 de septiembre de 1495 se publica una pragmática para que los fabricantes de Vizcaya, Guipúzcoa y Alava, fabriquen armas de fuste, de hierro y acero y las llevasen a vender a Castilla para que los vasallos de Su Alteza usaran las armas que en ella se les mandaba, según a la clase a la que perteneciesen. Se encargaba que los precios fueran moderados".
" Las armas que se señalaron en la pragmática son estas: Los más ricos y principales, corazas de acero, falda de malla o de launas, armadura de cabeza, esto es, capacete con su babera o celada con barbote, gocetas o musequíes y lanza larga que midiera veinticuatro palmos, espada puñal y casquete".
" Los de menor estado o hacienda, corazas, armadura de cabeza, aunque sea casquete, espada, puñal, lanza, como anteriormente descrita, escudo de los llamados de Pontevedra Oviedo, y los que a este estado pertenecían, si tenían condiciones para tirar espingardas o ballestas, se les recomendaba que tuviesen estas armas en vez de lanza y pavés; y en caso de usar espingardas tuviese cincuenta pelotas, balas y tres libras de pólvora y aquel a quien se le mandaba hacer uso de ballesta debería tener consigo dos docenas y media de pasadores.
" Los de menor estado y hacienda, espada, casquete, lanza de veinticuatro palmos, y dardo con ella, y de no tener esto, lanza mediana y pavés o escudo de Pontevedra u Oviedo." (Labayru, Historia General de Vizcaya).
De estas reales provisiones se deduce que las tres provincias vascas surtían de armas de todas clases a Castilla. El 21 de mayo de 1509, el Rey católico, dirige una real carta a los corregidores de Vizcaya y Guipúzcoa, ordenando la entrega de armas al Rey de Portugal, para dotar a su armada que enviaba contra los moros.
No se limita el envío de armas únicamente de Castilla y Portugal, sino también a las posesiones más lejanas. En 1511, se envía a la isla española 500 machetes Vitorianos, 3 lombardas gruesas, 2 arcabuces de metal, y 24 escopetas de metal con sus útiles.
Magallanes, para su expedición, compró en Vizcaya, en 1518, 58 culebrinas, 7falconetes, 3 lombardas gruesas, pelotas de piedra para la artillería, 100 corchetes, 60 ballestas, 50 escopetas y 200 rodelas.
Así sucesivamente, se van aportando datos año tras año, de las armas fabricadas y entregadas para los ejércitos españoles.
Evolución de las armas cortas
La palabra pistola significa arma corta de fuego que se maneja con una sola mano; también nos dicen que pistola es el nombre de una moneda que se usaba antiguamente en diversos países, principalmente en Francia, en donde se dio este nombre a un escudo español acuñado en tiempos de Carlos V e incluso que en Venezuela se usaba como adjetivo peyorativo al referirlo a las personas.
Pero la verdad es que hay muchas hipótesis sobre el origen de esta palabra en relación con las armas.
Hay quien afirma que su origen proviene de la ciudad italiana de Pistoya, e incluso dan nombres como los de Camillo Vetelli de Pistoya o Stefano Enrico de Pistoya, y hasta citan una fecha, alrededor de 1540, como inicio de tal denominación, mas ni siquiera hay pruebas fehacientes de la existencia de estos dos supuestos señores.
Existen otras conjeturas, pero la solución de este enigma no podrá solventarse hasta que algún documento, si es que existe y tiene la suficiente credibilidad, aporte los suficientes datos para revelar el misterio.
No existe unidad de criterio en cuanto a la fecha en la que se utilizaron por primera vez las armas de fuego, algunos autores las sitúan en España entre 1247 y 1311, ya refiriéndose a armas cortas, pero parece ser que el primer documento auténtico corresponde a un acuerdo firmado en la ciudad de Gante (Bélgica) fechada en 1313 y en la que se dice que el empleo de estas armas se aplicó por primera vez en Alemania. En 1350 ya hay una constancia gráfica del uso de un arma de fuego que un hombre por sí mismo podía manejar y disparar.
El cañón de mano
Estas primeras armas de fuego, ligeras o portátiles, consistían en un tubo metálico, más o menos elaborado, cerrado por un extremo, llamado 'culata', y en la parte superior de ésta existía un orificio, el 'fogón', unido por tiras de cuero o metal a un mango. Por el extremo abierto se introducía la pólvora, el o los proyectiles y una borra de estopa o papel, se comprimía a golpes de baqueta y así quedaba cargada el arma. Para disparar se llenaba con pólvora el fogón y, tras apuntar de manera lo más precisa posible, se acercaba al pequeño orificio una mecha lenta o un carbón encendido, lo que hacía inflar el ''cebo" y éste comunicaba el fuego al interior del arma produciéndose el disparo.
Estas armas de fuego primitivo, entre las que se encontraban modelos de pequeños tamaño, pueden ser consideradas como las antecesoras de las pistolas, aunque no era otra cosa que pieza de artillería en miniatura.
Los ejemplares de estas armas son muy escasos y, como ya hemos dicho, no se ha podido determinar con total precisión dónde y quién comenzó su fabricación y uso.
Las armas de mecha
El ingenio humano pronto desarrolló un sistema para que esa mecha lenta se aplicara mediante un procedimiento mecánico, creando así lo que podríamos denominar el primer sistema de percusión, o más concretamente, el antecesor de los "martillos" posteriores y actuales.
La manera cargase se efectuaba de la misma manera se le colocaba el cebo en una pequeña cavidad circular dispuesta en la culata, en donde se encontraba el fogón. Adosada a un lateral se situaba una pieza en forma de S o "serpentín" a la que en su parte superior se sujetaba la mecha por distintos procedimientos. Para esto tiraba hacia atrás de su parte inferior, descendiendo del otro extremo sobre el fogón, prendiendo el cebo y produciéndose el disparo.
Este sistema aportó la mejora, con respecto al interior, de facilitar el apunte del arma, ya que le tirador no debía prestar toda su atención en dirigir con su mano la mecha al cebo y retirarla rápidamente afín de evitar quemarse con la llamarada. Es indudable que este sencillo mecanismo representó un notable progreso; se desarrollaron distintos tipos más o menos mecánicamente laborados para producir el descenso de la mecha sobre el cebo.
Las armas de rueda
Es este un sistema más avanzado, más perfeccionado y distinto, al de mecha.
El funcionamiento de estas arma era el siguiente: se hacía girar un anillo, situado en el lateral, tallado con cortes o rebajes, mediante una llave independiente; al rodar una pequeña cadena que envolvía el perno de esa rueda, tiraba por un extremo una parte de un muelle de lámina en forma de V y quedaba fijada por un diente. Tras la rotación se abatía sobre la rueda una pieza derivada del serpentín y al que sustituía, la cual llevaba fijada en su extremo mediante unas mordazas regulables un trozo de pirita. Al tirar del gatillo se liberaba la rueda que, impulsada por la presión del muelle, giraba rozándola pirita y produciendo la chispa a la " cazoleta" que, previamente llena de pólvora, comunicaba por el fogón (ya denominado desde algunos modelos de armas de mecha, en las que se situaba en un lateral, cerca del oído) el fuego al interior del arma.
Las primeras pistolas de rueda fueron utilizadas principalmente por los militares para los cuerpos de caballería. Su empleo revolucionó la forma de hacer la guerra y posibilitó nuevas técnicas que hicieran de la caballería, durante un período, dueña de los campos de batalla, a la vez que fueron posibles las emboscadas y asaltos nocturnos al haber sido eliminada la mecha constantemente encendida. Estas armas facilitaron un apunte mucho más preciso, una mejor manejabilidad y un notable aumento de eficacia y seguridad en cuanto a su uso.
Las armas de rueda adolecían de un excesivo precio en su realización, así como de un complicado mecanismo que solamente un experto podía sustituir o reparar. Hubo de llegarse a soluciones más racionales para que los ejércitos dotaran a sus tropas y para que los particulares, al margen de la clase alta, pudieran acceder a las armas de fuego.
La pirita, que en el sistema de ruedas se empleaba para producir las chispas, era demasiado blanda y se desmenuzaba fácilmente. Se intentó sustituirla por piedra de sílex, pero era demasiado dura y dañaba la rueda. Alguien debió pensar que en la forma tradicional de encender fuego bastaba golpear la piedra con el eslabón para producir la chispa, de ahí al arma de sílex, que luego se ha denominado simplemente de chispa.
Su funcionamiento es simple, al mismo tiempo que más resistente y seguro que los anteriores, la piedra está sujeta también con mordazas al martillo en el lateral del arma, este al levantar se comprime un muelle y es sujetado por un resalte; al oprimir el gatillo, el martillo queda libre e impulsado por la presión del muelle, da un fuerte golpe contra una pieza de acero, provoca chispas que inflaman el cebo que reposa en la cazoleta, y lo trasmite a la carga.
Amas de percusión
La consecución de una cápsula de cobre que contenía una pequeña cantidad de fulminato de mercurio utilizado como iniciador del proceso de combustión, será un paso de gigante, siendo utilizado hasta la consecución de los cartuchos de auto-ignición en las armas de retrocarga.
Las armas se simplificaron notablemente al eliminarse elementos como las cazoletas, rastrillos, portapiedras, etc., cambiándose todo ello por un oído en relieve que normalmente se enroscaba en la recámara del cañón, hueco en su interior, llamado " chimenea", en el que se colocaba el pistón y un martillo en el que, en vez de piedra, existía una superficie plana que golpeaba contra la chimenea y lanzaba una llamarada hacía la carga de pólvora que contenía la recámara.
El siglo de las pistolas automáticas
Lefaucheux, armero francés, fabrica en 1836 armas de caza de doble cañón y retrocarga e ideó un sistema que aplicó a sus municiones y que le han convertido en uno de los hombres más importantes en la historia de las armas. Esto fue algo tan sencillo como la " vaina".
Los cartuchos que este armero francés utilizaba se componían de un tubo de cartón al que se le había incorporado una base " culote" de cobre o latón que se cerraba en el otro extremo por el proyectil o una tapa sujeta por un pliegue en el caso de munición fraccionada; Pero este cartucho carecía de fulminante.
En 1846 Houiller perfeccionó el cartucho de Lefaucheux incorporándolo un fulminante en su interior, al que una espiga solidaria y semiperpendicular al culote detonaba al recibir el golpe del martillo.
Estos cartuchos de espiga o aguja pronto se adecuaron a cargas más potentes al producirse con vaina totalmente metálica, que al mismo tiempo les hacía más resistentes a la humedad, aunque no más seguros, pues cualquier golpe en la aguja podía hacerlos explotar.
La pistola automática
Las primeras armas automáticas se diseñan, como ya hemos dicho, con la aparición del cartucho metálico y la idea de contar en la propia arma con un almacén de cartuchos que por medios ajenos al usuario se fueran disponiendo para ser disparados.
La primera pistola automática que alcanzó éxito mundial, fue la inventada por Hugo Borchardt, esta arma disponía ya de un cargador separable alojado en la empuñadura, con capacidad para ocho cartuchos.
En España ha sido utilizada una pistola denominada Bergman Bayard producía en 1291 la cual disponía de cargador separable delante del guardamonte, con capacidad para 6 cartuchos calibre 9mm Bergman Bayard.
En 1836 fue sacada al mercado la mauser, una pieza apreciada por cualquier coleccionista. Esta pistola fue la primera en incorporar el sistema de cartuchos al tresbolillo en el cargador, siendo éste parte solidaria en el arma.
En la primera guerra mundial se incrementaron los proyectos y producciones en las pistolas automáticas, demostrada su eficacia, así como que las fábricas de todo el mundo producen innumerables modelos de automáticas de bolsillo. En la producción mundial de entreguerras se destacan dos pistolas, la Walter P-38 alemana, esta pistola fue la primera que se incorporó como de ordenanza con un sistema de doble opción, es decir, que una vez introducida el cartucho en la recámara, el arma puede dispararse con la sola presión del gatillo.
Los primeros revólveres
La caja de pólvora
Las pistolas caja de pólvora tuvieron su éxito y popularidad, principalmente con armas de defensa para tirar a muy corta distancia, puesto que el cañón giraba al apretar el gatillo en los de doble acción y por lo tanto carecía de miras, además, si los cañones hubieran sido largos, sería muy pesada y dejaría de ser manejable. Estas razones y el precio más ajustado de los revólveres fueron el fin de las populares cajas de pólvora
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El verdadero revólver como tal se debe a la inventiva americana, el más antiguo que se conoce es el que patentó Collier el 21 de noviembre de 1818.
La ignición se efectúa por chispa de sílex, golpeando un yunque que vuelve por resorte a su posición de disparo al montar a mano el martillo, pero tapando una pequeña cantidad de pólvora de cebo, un diente de escape permite que el tambor o cilindro del arma gire un punto para alinear una nueva carga con el cañón.
El revolver de cartucho metálico
Ha existido y existe una interrelación en el desarrollo de las armas entre el sistema ignición y el cartucho, desde el momento en que se produjo industrialmente el pistón de fulminante, los técnicos y diseñadores de armas buscaron nuevas formas de mejorar las armas existentes. Uno de los primeros pasos fue incorporar los elementos necesarios para cargar el arma en un cartucho que no se rompiera para poder colocar cada elemento en su sitio.
Entre los primeros cartuchos con todos los elementos estaban los diseños por Dreyse, Lefaucheux, y el de ignición anular por Flobert y Húllier y con ellos se inició una nueva era que fue la de las armas de retrocarga.
La información que se presenta adelante es de suma importancia par ala investigación de esta página Web y por eso no debe de ser cambia a razón de que el más mínimo cambio puede ser condición de posibilidad de rumores y de alteraciones de la historia de cómo se origino el artefacto más destructivo que el mundo ha conocido. Por eso esta información presenta información de cómo el pasado es condición posibilidad y de cómo este por más lejano y distante que parezca de los hechos futuros tiene efecto para que la historia se forme.
La bomba atómica
El primer artefacto nuclear utilizado contra una población humana hizo explosión sobre la ciudad japonesa de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Era una de las tres bombas fabricadas por los Estados Unidos mediante un proyecto científico-militar que durante tres años agrupó a gran parte de los físicos más brillantes de la época.
Durante los años de cambios políticos en Europa continuaba la serie de descubrimientos relacionados con las propiedades del núcleo atómico. Enrico Fermi, en Roma, era el líder del trabajo experimental. Su trabajo consistía en el estudio sistemático de los núcleos y lo realizaba bombardeándolos con neutrones, una partícula recién descubierta en 1932. Entre los elementos estudiados estaba el uranio, que parecía romperse en trozos más pequeños al recibir el choque de un neutrón. Nunca antes se había observado tal fisión y Fermi se negó a creerlo.
En 1935, los franceses Frédéric Joliot e Irene Curie anunciaron públicamente la posibilidad de que estas fisiones nucleares liberaran una cantidad enorme de energía. Leo Szilard, quien había huido de Alemania y estaba en Inglaterra, fue de los pocos que pensó seriamente en esta posibilidad y se dio cuenta de que si se encontraba un elemento que al fisionarse emitiese al menos dos neutrones extras, sería posible establecer una reacción en cadena que liberaría energía de modo violento y en cantidades mucho mayores que las obtenidas con explosivos químicos.
En 1938, los físicos alemanes Hahn y Strassmann, en Alemania, demostraron que al bombardear uranio con neutrones se producían núcleos más pequeños. Su ex colaboradora Lise Meitner, refugiada en Suecia a causa de su origen judío, junto con su sobrino Otto Frish, un alumno de Niels Bohr, comprendieron que lo observado correspondía a la fisión del núcleo de uranio. Publicaron sus resultados en febrero de 1939.
Leo Szilard, recién llegado a los Estados Unidos, diseñó su propio experimento y creyó confirmar que del uranio se emitían neutrones extras. Teniendo este resultado, se preocupó seriamente por la posibilidad de que su descubrimiento fuera conocido también por los físicos alemanes y que Hitler ya hubiese puesto en marcha un plan para producir una bomba. Incluso en la prensa norteamericana se especulaba respecto a tal posibilidad. Szilard intentó proponer al resto de los físicos nucleares la autocensura respecto de los nuevos resultados, pero no contó con gran apoyo. En marzo de 1939, aun después de haber recibido una petición de Szilard en el sentido opuesto, Joliot publicó un artículo anunciando el logro de una reacción en cadena: quería que el triunfo fuese reconocido como francés.
Leo Szilard solamente encontró eco a su creciente preocupación en sus colegas E. Wigner, E. Teller y V. Weisskopf, y juntos decidieron informar al gobierno norteamericano sobre la situación. Dada la popularidad de Albert Einstein, le solicitaron que fuese él quien firmara una carta al presidente F. D. Roosevelt. Esta carta, con fecha 2 de agosto de 1939, informaba de los descubrimientos de Fermi y Szilard, mencionaba la posibilidad de que la construcción de bombas altamente poderosas ya se hubiese iniciado en Alemania (el hijo del subsecretario de Estado alemán, Von Weiszacker, trabajaba en el Instituto Kaiser Wilhelm en Berlín, donde se realizaba investigación con uranio), y solicitaba fondos especiales para acelerar la investigación de estos asuntos en los laboratorios universitarios norteamericanos. Dos meses después, un comité especial nombrado por Roosevelt recibió a Szilard, Wigner y Teller, y accedió a destinar 6 000 dólares a las investigaciones, cantidad que se extrajo del presupuesto del ejército y la armada. Pasaron dos años antes de que un proyecto organizado llegase a existir.
En Alemania, mientras tanto, el gobierno había organizado en dos ocasiones reuniones de físicos nucleares para discutir el posible uso de la energía nuclear. Entre las primeras medidas tomadas estaba la prohibición de exportar el uranio de las minas checoslovacas, país entonces ocupado por Hitler. El "Proyecto Uranio" alemán, destinado a controlar el desarrollo de la investigación nuclear, se centró en el Instituto de Física Kaiser Wilhelm en Berlín, bajo la dirección de W. Heisenberg.
Según declaraciones posteriores de éste, su aceptación del cargo se debió a su interés por impedir que un arma nuclear cayera en las manos de un dictador que parecía estar dispuesto a todo. La misión principal de los científicos más involucrados fue desviar la atención del gobierno de la posibilidad de construir una bomba y, en cambio, orientar el trabajo hacia la utilización de la energía nuclear en procesos industriales. Noticias de las acciones del Proyecto se filtraban a los Estados Unidos y fueron malinterpretadas como indicios de un proyecto bélico alemán. El grupo de Heisenberg trató de comunicar a sus colegas ingleses y norteamericanos la realidad, pero debido a desconfianza mutua el mensaje no fue recibido.
En 1942, el primer ministro británico W. Churchill y el presidente norteamericano F. D. Roosevelt acordaron concentrar en el territorio estadounidense los equipos científicos de ambos países que ya trabajaban en la bomba. La dirección general del llamado Proyecto Manhattan recayó en el Comité Militar Político, compuesto por tres militares, los generales Styer, Groves, y el almirante Purnell, y por dos civiles, V. Bush y J. B. Conant. Vannevar Bush, ingeniero electricista, había sido vicepresidente del Massachusetts Institute of Technology, y James B. Conant, químico orgánico, había sido presidente de la Universidad de Harvard. Cerca de 150 000 personas llegaron a participar en el Proyecto, la mayoría de ellas sin saber cuál era su objetivo. No más de una docena de individuos tenía una visión global de la empresa.
Los científicos que accedieron a entregarse totalmente a la construcción de un arma nuclear lo hicieron convencidos de la necesidad de contar con tal recurso si es que Hitler también lo obtenía. Muchos opinaban que, una vez logrado un equilibrio entre ambos bandos en guerra, se debería renunciar al uso del artefacto. La existencia de una bomba alemana era una idea siempre presente en sus mentes, hasta el punto de referirse a ella como si fuese una realidad.
Desde su creación en 1942, el Proyecto Manhattan fue dirigido por el general Leslie Richard Groves. Se construyeron tres ciudades para realizar los diferentes trabajos: Oak Ridge en el estado de Tennessee, donde se trabajaba en la separación del uranio para obtener el isótopo fisionable 235; Hanford en el estado de Washington, donde se producía otro isótopo fisionable, el plutonio 239, y Los Álamos en Nuevo México, donde se diseñaban y fabricarían las primeras tres bombas. Muy importante para estos proyectos fue la labor dirigida por Fermi en el Laboratorio Metalúrgico de la Universidad de Chicago, que culminó con la puesta en marcha en diciembre de 1942 del primer reactor nuclear. Inmediatamente después de este logro, el gobierno norteamericano destinó 400 millones de dólares al Proyecto Manhattan. Los costos totales se estiman en unos 3 000 millones de dólares.
El laboratorio de Los Álamos fue construido sobre una colina a 56 km de Santa Fe, la ciudad más cercana. Jefe del laboratorio fue nombrado el físico norteamericano Robert Oppenheimer, quien condujo la empresa de modo admirable, tanto por su capacidad de organización como por su encanto personal. Gracias a esta cualidad, fue capaz de convencer a cientos de físicos nucleares de que formaran parte del Proyecto, como también logró limar las asperezas que surgían continuamente entre los investigadores y el personal militar que supervisaba el laboratorio. La vida de los investigadores en Los Álamos carecía por completo de comodidades y confort y estaba siempre vigilada hasta en sus mínimos detalles. Toda correspondencia y conversación telefónica con el exterior estaba censurada y ni siquiera los parientes más cercanos podían enterarse de qué se trataba el Proyecto. Los científicos más importantes tenían asignado un vigilante personal que los seguía a todas partes.
En el otoño de 1943 se formó un servicio de información especial, con la asesoría científica del físico holandés Samuel Goudsmith, que debía llegar a Europa junto con las primeras tropas aliadas e informarse del estado de la investigación nuclear alemana. Al capitular la ciudad de Estrasburgo el 15 de noviembre de 1944 ante las tropas norteamericanas, Goudsmith se dirigió al Instituto de Física de la Universidad que había dirigido Carl F. von Weiszacker, el físico alemán mencionado por Einstein en su carta a Roosevelt. Von Weiszacker había huido y los físicos que fueron detenidos se negaron a dar ninguna información. Goudsmith encontró entre los documentos del Director elementos suficientes como para convencerse de que el temido plan bélico nuclear alemán no existía. Alemania no contaba con fábricas para separar el uranio ni para producir plutonio, ni siquiera un reactor como el de Fermi en operación. El atraso respecto del desarrollo nuclear en los Estados Unidos era de unos dos años, lo que significaba que Alemania no podría construir la bomba antes del fin de la guerra.
Los informes de Goudsmith se filtraron rápidamente a la comunidad científica que trabajaba en el Proyecto Manhattan y, como era de esperarse, causaron gran preocupación entre los investigadores. La motivación principal para su trabajo había desaparecido. Ya nada justificaba continuar fabricando la bomba. Estados Unidos continuaba en guerra contra el Japón, pero este país jamás podría haber fabricado un arma nuclear. Estos asuntos se discutían acaloradamente tanto en Los Álamos como en el Laboratorio Metalúrgico en Chicago. Comenzó entonces la movilización de científicos en contra del uso de la bomba. Niels Bohr ya se había preocupado por las consecuencias que tendría una decisión unilateral norteamericana sobre el empleo de armas nucleares, y a comienzos de 1944 había enviado un memorándum a Roosevelt y Churchill buscando un acuerdo entre los Estados Unidos, la Gran Bretaña y la Unión Soviética para controlar un posible aprovechamiento de la energía nuclear.
En su escrito, Bohr manifestaba su confianza de que "la considerable colaboración entre los científicos de todo el mundo constituiría una ayuda" y que "la relación personal entre los científicos de todas las naciones brindaría excelente oportunidad para inaugurar un contacto provisional y extraoficial". Bohr entregó personalmente el documento a ambos gobernantes, y ninguno de ellos tomó en serio sus sugerencias.
Leo Szilard se dirigió de nuevo a Einstein pidiéndole que firmara una nueva carta dirigida a Roosevelt, para exponerle el cambio en la situación política mundial y previniéndole contra el posible inicio de una carrera armamentista. Roosevelt murió de repente el 12 de abril de 1945 y no llegó a leer la misiva.
El nuevo presidente, Harry S. Truman, nunca recibió personalmente a Szilard y así permaneció sin conocer detalles del proyecto del cual no sabía demasiado. En cambio, lo envió con J. Byrnes, quien sería dentro de poco el nuevo ministro de Relaciones Exteriores. Este hombre demostró en la entrevista bastante ignorancia sobre asuntos internacionales, y opinó que sería inútil y contrario a la soberanía nacional el renunciar a un proyecto de millones de dólares en que habían tenido participación más de 150 000 personas.
El ministro de Guerra de Roosevelt, Henry L. Stimson, exigió a Truman que reuniera a algunos expertos del Proyecto Manhattan para recibir información y consejo sobre la utilización de los artefactos nucleares. Los científicos opuestos al Proyecto recibieron con gran optimismo la noticia de la reunión, hasta que se enteraron de la composición del grupo. La comisión estaba constituida por cinco políticos —incluido J. Byrnes— y por tres científicos que desde 1940 se habían relacionado íntimamente con la investigación dirigida a fines militares. Ellos eran V. Bush, J. B. Conant y Karl T. Compton. Esta comisión tenía anexo un grupo de científicos, el Comité Interino, formado por R. Oppenheimer, E. Fermi, Arthur H. Compton y Ernest Lawrence. Todos los científicos mencionados, excepto Enrico Fermi, eran considerados por el resto de la comunidad como leales a los intereses militares.
El 31 de mayo y el 1 de junio fueron convocados la comisión y el comité para que consideraran "la energía atómica" de manera global en la futura relación del ser humano con su ambiente, y no solamente desde el punto de vista militar. Las sesiones de deliberación del comité contaron con la presencia del general Groves, y su defensa del empleo de la bomba fue fundamental a la hora de redactar las recomendaciones que la comisión hizo al Presidente. Éstas incluían tres puntos principales: la bomba debía ser utilizada lo antes posible contra el Japón; debía emplearse contra un objetivo que fuese tanto un centro militar como de vivienda, y no debía advertirse a nadie sobre la naturaleza del arma.
La formación de estas comisiones había suscitado reuniones de discusión en los laboratorios del Proyecto. Un grupo de siete científicos opuestos al uso de la bomba contra Japón, tres físicos, tres químicos y un biólogo de la Universidad de Chicago, entre los que se contaba Szilard, decidieron enviar un memorándum al Ministerio de Guerra con sus opiniones respecto de las consecuencias políticas y sociales de la energía atómica. El grupo era encabezado por el Premio Nobel J. Franck y el documento, conocido como el Informe Franck, fue enviado el 11 de junio de 1945. Citamos algunos de sus párrafos más sobresalientes:
Nosotros, un pequeño grupo de ciudadanos del Estado, hemos descubierto durante los últimos años, por la fuerza de las circunstancias, un grave peligro para la seguridad de nuestro país y para el futuro de todas las naciones, un peligro del cual nada sospecha todavía el resto de la humanidad.
El desarrollo de la energía nuclear no significa tan sólo un aumento de la fuerza tecnológica y militar de los Estados Unidos, sino que crea también graves problemas políticos y económicos para el porvenir de nuestro país.
Si no se crea un control internacional eficaz sobre los explosivos nucleares es seguro que, una vez que hayamos descubierto por primera vez para el mundo entero nuestra posesión de armas nucleares, las demás naciones empezarán una carrera para la obtención del armamento nuclear.
Creemos que estas reflexiones no hablan en favor de que las bombas nucleares se empleen en un ataque pronto e inesperado contra el Japón. Si los Estados Unidos fueran el primer país que empleara este nuevo medio de destrucción terrible de la humanidad, renunciaría con ello al apoyo del mundo entero, aceleraría la carrera de armamentos y echaría por el suelo las oportunidades para un futuro pacto internacional con el fin de controlar estas mismas armas.
Si el gobierno se decidiera por una demostración próxima de las armas nucleares, tendría la posibilidad de conocer la opinión pública de nuestro país y de otras naciones y de tenerlas en cuenta antes de decidirse a lanzar estas armas sobre el Japón. De esta manera podrían las otras naciones compartir en parte la responsabilidad de una resolución tan decisiva.
El prestigio de los científicos que suscribían el Informe Franck y la fuerza de sus argumentos hicieron que el Ministro de Guerra sometiera el informe recién recibido a la consideración del Comité Interino, el que 15 días antes había emitido sus propias recomendaciones. La reunión tuvo lugar en Los Álamos el 16 de junio y según lo que Oppenheimer cuenta:
Fuimos invitados a dar nuestra opinión sobre si la bomba debía ser empleada o no. Creo que la razón por la cual nos pidieron esta opinión fue que un grupo muy famoso y serio de científicos había presentado una demanda para que no fuera empleada. Y efectivamente, desde cualquier punto de vista, mejor era no hacerlo.[...] Dijimos que en nuestra calidad de científicos no nos considerábamos capaces de responder a la pregunta de sí debían o no ser empleadas las bombas; que nuestra opinión estaba dividida tal como lo había estado la de muchos otros previamente informados.[...] También dijimos que creíamos que la explosión de una de las bombas en un desierto, a modo de advertencia, no tenía probabilidades de impresionar demasiado.Ç
La división entre las opiniones de los miembros del comité a que se refiere Oppenheimer es la resistencia que opuso Lawrence al empleo del arma contra Japón. Hay que agregar un hecho más, que probablemente influyó en la decisión final del presidente Truman. El Informe Franck había sido llevado personalmente por éste a Washington, donde se encontraba A. H. Compton, miembro del Comité Interino. El mismo Compton relata que leyó el informe y trató de arreglar una entrevista entre Franck y el ex ministro Stimson, cabeza de la comisión asesora, pero que éste no se encontraba en la ciudad. Entonces, fue Compton quien le transmitió el Informe Franck al ex secretario junto con una nota suya en la que expresaba su propia opinión respecto al informe, en el sentido que "si bien demostraba las dificultades que podría provocar el uso de la bomba, no mencionaba, en cambio, la probable salvación de muchas vidas, ni tampoco que si la bomba dejaba de utilizarse en esa guerra el mundo no tendría la advertencia adecuada de lo que podría ocurrir si estallaba otra". Y así, la petición del grupo de Franck fue rechazada y el plan de bombardear a Japón siguió adelante.
El 16 de julio de 1945 se hizo estallar, en un terreno de pruebas cerca del pueblito de Alamogordo, en Nuevo México, la primera de las tres bombas nucleares existentes entonces. Al ensayo asistieron la mayoría de los investigadores de Los Álamos que durante dos o tres años habían colaborado en el proyecto. La reacción de cada uno de ellos ante lo que observaron fue una mezcla de sentimientos encontrados: entusiasmo y orgullo por haber sido parte de la empresa, pero al mismo tiempo sorpresa y estupor por la magnitud del efecto logrado.
De inmediato, después del ensayo de Alamogordo que trascendió al público como la explosión accidental de un arsenal cerca de Santa Fe, grupos de científicos pertenecientes al Proyecto Manhattan comenzaron a recolectar firmas para solicitar al Presidente que se abstuviera del uso de la bomba contra Japón. Este país se defendía obstinadamente de la superioridad militar estadounidense, y en círculos diplomáticos de los Estados Unidos se tenían indicios de que estaría dispuesto a capitular de modo honroso.
La petición de los investigadores a la Casa Blanca proponía que, además de brindarle al Japón la oportunidad de capitular, se tomaran a la brevedad medidas de control internacional sobre este nuevo tipo de armas. La circulación del documento fue prohibida por las autoridades militares y Szilard lo envió a Truman con sólo 67 firmas de científicos. La suerte que corrió la petición fue similar a la de documentos anteriores: terminó en las manos del Comité Interino que se mantuvo fiel a sus recomendaciones anteriores. El argumento de mayor peso en favor del uso de la bomba fue la salvación de muchas vidas humanas, que se lograría de inmediato con el fin de la guerra.
Irónicamente, esto se consiguió a costa de la muerte de cientos de miles de japoneses, los habitantes de Hiroshima y Nagasaki. (Las cifras de víctimas en estas ciudades varían según la fuente informativa: entre 100 000 y 210 000 muertes inmediatas más unos 100 000 o 150 000 heridos graves, muchos de los cuales probablemente no sobrevivieron.)
El 6 de agosto, un avión bombardero B 29 norteamericano dejó caer sobre el centro de la ciudad de Hiroshima la primera bomba de uranio y tres días después, sobre Nagasaki, el último de los tres artefactos construidos por el Proyecto. El anuncio presidencial posterior al bombardeo de Hiroshima decía: "La bomba tuvo más poder que 20 000 toneladas de dinamita... Es el control de los poderes básicos del universo". En palabras del papa Pablo VI, 20 años después, fue "una carnicería de indecible magnitud". El 15 de agosto se conoció la noticia de la rendición incondicional del Japón.
Para un grupo numeroso de investigadores del Proyecto, la destrucción, dolor y muerte ocurridos en las ciudades japonesas fueron la evidencia dolorosa de un hecho hasta entonces desconocido: después de Hiroshima y Nagasaki el científico ya no podría desconocer su responsabilidad en el uso que la humanidad haga de sus descubrimientos. Muchos de los participantes en el Proyecto se retiraron de él terminada la guerra, y regresaron a las universidades a continuar con sus proyectos de investigación básica. Otros prosiguieron desarrollando conocimientos y técnicas dirigidas a la guerra, en parte atraídos por los millonarios presupuestos militares, que no se limitan a los laboratorios directamente dependientes de la Defensa, sino que también inundan las universidades y laboratorios privados. Tanto unos como otros estuvieron de acuerdo en la necesidad urgente de un sistema internacional de control de la energía nuclear que incluyera de modo particular a la Unión Soviética. Resultados positivos en esta línea sólo se lograron algunos años más tarde, una vez que la Unión Soviética contó con sus propias armas nucleares.